Hoy, con éste día gris de lluvia a las 7:16 de la mañana, desayunando leche con cereales, mirando por la ventana, voy a comentarles sobre algunos profesores que me enseñaron algo más que lo que se debe aprender en la secundaria.
Siempre tuve una fascinación por escribir. Comenzó con algo tan tonto desde que tengo memoria y se fue desarrollando hasta ahora. Recuerdo que tuve un profesor de Literatura, su estilo de lectura era el mismo que el mío, y compartíamos un cierto sentimiento por escribir, que solo los que tienen un lápiz y papel en mano (o en el caso más moderno, una computadora) lo entienden.
Él me enseñó a nunca desistir de un sueño.
Para escribir una buena historia, solo hay que leer, leer, y seguir leyendo.
Y amar con todo tu corazón lo que hacés.
Ojalá esté bien, escribiendo algo en alguna parte.
Actualmente tengo un profesor de Historia, más loco que cualquier psicópata, más sabio que cualquier científico, más consejero que cualquier padre. Quizás podría pasar horas escuchándolo, y no me cansaría.
Él también me enseñó a amar lo que hago, a dar sin esperar absolutamente nada a cambio. A dar solamente por eso: dar.
Me gustaría que lo sepa algún día.
Me gustaría que se entere cuánto desearía que fuese mi padre, y cuánto bien deseo para él.
Perdón por robarles el tiempo, sin más qué decir, gracias por leer hasta el final.